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22 agosto 2006

Cómo se crece y se sufre en la calle

Un relevamiento de la Sedronar estudió cómo es la ruta que los chicos hacen hasta abandonar definitivamente sus hogares
Foto: Hernán Zenteno
Desde alguna estación de tren del conurbano, un chico de no más de nueve años inicia un camino casi como una aventura. Ya supo de viajes cortos y de regresos nocturnos al hogar. Su próximo destino es llegar a Retiro, Once o Constitución; a la integración en un grupo de iguales y a una vida de la que no podrá salir solo. Será conocido desde entonces como un chico de la calle; afinará sus sentidos de supervivencia; caerá inevitablemente en adicciones y adoptará costumbres que las instituciones oficiales procuran descifrar para proveer alguna asistencia.


En la Capital, conocerá la red de subtes para moverse, y entre visitas a organizaciones oficiales y comunitarias tendrá resueltas sus diarias raciones de comida. Son otros los conflictos que enfrentan los chicos de la calle: la falta de contención afectiva, la ausencia de una figura mayor con ejemplos positivos, y la droga, que llega como un juego grupal.

Ese primer acercamiento a la vida de esos chicos quedó expuesto en un trabajo de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) y el Consejo Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia. Mediante las entrevistas a grupos focalizados, los investigadores se adentraron en la realidad de estos chicos. "La salida a la calle aparece como un espacio alternativo alentado por figuras cercanas, como hermanos, parientes, amigos, y como una búsqueda de un lugar más gratificante que el de origen", comentó el informe.

Hay un problema estructural en los hogares de los chicos, que los empuja a las calles. En sus respuestas, los menores dan la pauta de que uno de los motivos de salida es la pobreza extrema. "Iba a buscar comida para mi familia", explicó uno de los chicos. Por otro lado, el escape puede ser abrupto. "Mi primo me trajo a la calle para que yo no estuviera con mi mamá", dijo uno. "Estábamos en la calle y nos empezó a gustar, y me quedé", dijo otro.

Al comienzo de esa vida nómada, se animan a mendigar en la estación ferroviaria más cercana. Después, avanzan hacia alguna zona con mayor poder adquisitivo y regresan a la casa con el dinero obtenido. Pronto se dan cuenta de que pueden ser autosuficientes y dejan el hogar.

En las calles reparten sus días entre subsistir (comer, dormir, asearse), en circular por instituciones de asistencia social, en las estaciones de trenes y subtes; en obtener dinero (pidiendo monedas, abriendo puertas de taxis, limpiando parabrisas o robando), en recreación (jugar a la pelota, ir a bailar y usar Internet en los cibercafés) y en el consumo de drogas.

La ausencia de lazos familiares queda suplantada por el grupo. Establecen un territorio donde construyen un área de protección recíproca, con lealtades y reglas grupales. Obtienen así una sensación de seguridad.

Allí se inicia como un rito el consumo de drogas, que en los chicos de la calle comienza por los pegamentos. Diego Alvarez, del Observatorio Argentino de Drogas, comentó que el uso de pegamentos como drogas inhalantes se explica por la facilidad que hay para su compra, pero también porque disminuyen la angustia.

La pasta base, conocida como "paco", no es preponderante en este grupo, pues sus consumidores tienden a aislarse. Por su parte, el gobierno porteño sostiene que la mayoría de los adictos consume esa droga.

Intereses virtuales


El informe detalló las actividades alternativas que encuentran estos chicos, como ir a bailar y utilizar Internet. "Lo primero los lleva a gastar parte de su dinero en vestimenta, en especial calzado deportivo. Lo segundo cumple una doble función: por un lado, les permite realizar actividades lúdicas grupales durante varias horas utilizando computadoras y, por otro, fijan su permanencia en los cibercafés para estar en un lugar cerrado y seguro toda la noche", explicó.
Foto: Archivo LA NACION

El estudio de la relación de los chicos de la calle con la tecnología informática permitirá crear estrategias de reinserción social. Esa será una de las herramientas del gobierno porteño para trabajar con esta población (ver aparte).

Esa vida en las calles es corta. No se han encontrado adultos en las calles que vivan allí desde pequeños. El director de la Sedronar, José Granero, dijo: "Lamentablemente, los finales que tienen son su ingreso por vía judicial en una comunidad terapéutica por drogadicción, la entrada en las cárceles por delito o la muerte".

Entre las recomendaciones que propone el informe, figuran la inclusión social en sus propios barrios de origen y la promoción de la figura de la escuela como ámbito de contención, institución que esos chicos ni siquiera mencionaron.

Por Daniel Gallo
De la Redacción de LA NACION


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