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31 agosto 2005

Hoy es un día de sol

Recuerdo que cuando iba a la primaria nos hacían escribir en nuestro cuadernito la fecha y el informe meteorológico del día. Sí, leíste bien, entonces el día de escuela comenzaba más o menos así: "Martes 30 de agosto de 2005. Hoy es un día de sol" y a continuación un pequeño dibujito que acompañaba aquella frase, que solía ser más o menos como el que está aquí a la izquierda. Las variantes de esta fórmula informativa eran dos, bien sea "Hoy es un día de lluvia", bien sea, "Hoy es un día nublado".

Puedo decir que durante mi adolescencia, y más tarde también, me daba lo mismo que lloviera o saliera el sol, que hiciera calor o frío, porque en esencia los días, son días y basta -me decía a mí misma-, lo que importa es vivirlos, más allá de la meteorología. Entonces me abocaba a mis tareas cotidianas en las que el sol o la lluvia eran víctimas de una fuerte indiferencia de mi parte, que disminuía en los momentos que me trasladaba de un lugar a otro, momentos en los que sol y lluvia pasaban de entes ignorados a convertirse en "obstáculos a evitar". No lograba entender el significado de frases como "¡Qué día horrible!" cuando todo lo que estaba sucediendo allá afuera en realidad era llover.

Por supuesto, la historia es diferente en vacaciones, o el día de la primavera, pero en general, de eso estoy segura, no me afectaba el estado del tiempo, ni siquiera el día de mi boda, que llovió a cántaros, pudo arrancar una queja de mi pensamiento, por más que la gente dijera, "¡qué pena que llueve!", si, si, claro, contestaba, o pensaba, pero en realidad no me molestó que lloviera.

Estuve más allá del sol y la lluvia. Tal vez exagero. Si es posible. Pero hoy me encuentro acá, bien acá. La indiferencia se ha desvanecido, y el día de sol que hoy despunta jamás fue más anhelado por otra persona como lo es hoy por mi, y me disfruto el sol en la cara, que me acaricia despacito, y el calor del sol en la espalda me hace sentir tan bien. Es como si hubiera reencontrado una parte más primitiva de mí, que adora los fenómenos naturales y los estados del tiempo como dioses. Los rayos del sol que atraviesan las copas de los árboles y dibujan sombras raras en el piso, me conmueven. ¿Qué me pasó? ¿Porqué no veo la hora de salir de esta oficina, reencontrar el sol que me espera, calzarme los pantalones cortos, caminar de tu mano junto al lago y disfrutar de los reflejos de la luz en el agua que me encandilan? Creo que me enseñaste a ver que el mundo no son solamente palabras escritas en un libro o una pantalla, que la vida de las ideas no es más importante que la del cuerpo. "Sí, ya sabía", diré, pero no es cierto, gracias a vos valoro mucho más los minutos que vivo, el sol o la lluvia, y este airecito fresco que viene a mi encuentro mientras te espero.

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